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miércoles, 29 de junio de 2022

Entradas al amor

    Es viernes y como todos los días a las siete de la mañana, Roberto está sentado junto a la ventana del tercer vagón de tren que conecta las afueras de Madrid (dónde vivía en un piso) con Sol, camino al trabajo. Vestía con traje, aunque apoyaba la americana en sus rodillas. Es contable en una oficina de seguros. A dos paradas del destino, coincidía con Alberto, uno de los comerciales de la compañía.

    -¿Qué pasa compañero? - dijo Alberto cuando se encontraron-

    -¡Alberto! Tío donde te has metido esta semana, apenas te he visto. - dijo Roberto-

    -Pues tenía unos días libres y me los he cogido desde el lunes hasta hoy, que vuelvo a la carga. - dijo con tono enérgico- He estado desconectando en una casa de campo en Ávila con mi chica. ¡Mira que fotos hicimos!

    Alberto sacó el móvil y le enseño aquellos preciosos paisajes abulenses: prados verdes iluminados por la puesta de sol, majestuosos montes y montañas y la ciudad amurallada. En la gran mayoría de las fotos salía junto a su novia Sofía. Tras ver las fotos, Roberto sintió que le invadía la nostalgia al acordarse de María: su novia desde la adolescencia hasta terminar la universidad. Cuando estaban juntos viajaban siempre que podían de escapada romántica, hasta que a María le ofrecieron una oportunidad de estudiar en Oxford el máster de filología inglesa, el sueño de su vida. El contacto en aquella fantástica relación se fue apagando desde que se marchó, y decidieron dejarlo. Desde aquel entonces no había tenido nada tan pleno con una mujer, había divagado por portales de citas en Internet y como resultado había obtenido un par de encuentros desafortunados.

    No sería por su físico, él era un hombre que atraía las miradas de muchas mujeres. Tenía veintiocho años, moreno, de ojos verdes, estatura media, complexión atlética y vestimenta elegante. Siempre había algún mensaje en su buzón de los portales cibernéticos en los que estaba registrado. Aún así se sentía muy incómodo en aquellos mundos, no era lo suyo.

    Bajaron del tren y desde el andén hasta la calle no dijeron palabra alguna. Alberto sentía la melancolía de Roberto desde que le había enseñado aquellas fotos, no lo hizo con mala intención, simplemente quiso compartir aquel momento alegre con su compañero. Félix y Claudia, contable y comercial respectivamente en la empresa, los esperaban en la boca del metro. Entonces, se saludaron como todas las mañanas y comenzaron el camino a la oficina envueltos en el ajetreado y apresurado ambiente de Madrid. Subían por la calle Preciados hasta llegar a la plaza de Callao, y allí justo en frente del cine Capitol entraban a trabajar a las ocho de la mañana. Subieron por el ascensor.

    -Bueno chicos, os recuerdo que mañana doy una fiesta en mi casa a eso de las doce, que no se os olvide, como no os vea allí estoy dispuesto a presentarme ante Carlos a pedirle que me cambie de oficina.- dijo Félix bromeando-

    -Apuesto a que sí y también a que te suba el sueldo- dijo Alberto mientras se reía-

    -Y dos pagas extra más – dijo Roberto uniéndose a aquella carcajada-

    Mientras Claudia terminaba de cerrar una venta por teléfono con un cliente, alzaba el pulgar hacía arriba en señal de aceptación a aquella propuesta de Félix. Al llegar a la tercera planta, cada uno se fue directo a su puesto de trabajo, llegaban un poco ajustados y no querían que Carlos viese que llegaban tarde. Si no, tenían que aguantar las caras largas y comentarios desagradables de aquel gerente antipático y creído tras su nuevo ascenso, si es que llegar pronto fuese garantía de que aquello no ocurriera, puesto que ya era así en su antiguo puesto de responsable de personal.

    Roberto y Félix se sentaban enfrentados en una amplia mesa compartida con material de oficina y dos ordenadores de sobremesa. Recientemente en plantilla tras estar aprendiendo como becario junto a Roberto, Félix, el más joven de todos, con veinte años, entusiasmado con esta oportunidad laboral, su seña de identidad era el buen humor, aunque la contabilidad no fuese su fuerte. De cabello y ojos negros, figura delgada y con un metro noventa de estatura, era el más alto en la oficina. Siempre vestía el mismo traje. Se ubicaban junto a un amplio ventanal, que ofrecía unas vistas espectaculares de la calle Gran Vía. Detrás de Roberto, estaba Claudia, la mejor comercial de la oficina, pelirroja de cabello rizado, ojos marrones, estatura media, rojo carmín en sus labios y vestimenta trajeada con tacones. Con apenas treinta años era la mejor comercial de la oficina, tenía un don natural para la venta y cada semana vendía diez seguros de promedio. Enfrente de ella, se sentaba Alberto, en la misma disposición que sus compañeros de contabilidad. El más veterano de los cuatro, había pasado por la competencia antes de llegar a la compañía. Lo ficharon para traer a su cartera de clientes y que las ventas crecieran de manera exponencial. Un gran comercial con una técnica depurada, que le fallaba pocas veces. Centraba todos sus esfuerzos en conservar su cartera y no tanto en ampliarla.

    Clavada era la mirada de Roberto en la acera de enfrente, en la cafetería donde ellos siempre desayunan. Observaba desde aquel ventanal como Laura entraba y salía del local sirviendo los desayunos. Pasaba varios minutos contemplando aquella camarera de cabello castaño, recogido en una coleta, ojos marrones, rostro redondo, figura delgada, de la misma edad y estatura que él. No era consciente del tiempo que pasaba cuando su mirada se detenía en ella.

    -¿Vamos a desayunar? Ya son más de las diez – comentó Alberto -.


    El semáforo se puso en verde y cruzaron. Eran casi las once de la mañana, cuando llegaron a la cafetería. Tuvieron que esperar varios minutos a que se quedara libre alguna mesa, no les preocupó demasiado, pues Carlos no iba a estar en la oficina el resto del día. Se sentaron en la terraza, la mesa de la esquina se acababa de quedar libre después de que una pareja joven se marchara. Aquel calor ya se hacía notar y todos se quitaron las americanas a los pocos minutos de tomar asiento.
    
    -Estoy deseando de que acabe la semana para disfrutar del puente. - dijo Claudia sofocada . Tenía un apartamento en la zona del Levante y siempre que podía se escapaba allí -.
    
    -Que mala suerte la mía, Carlos me dijo entre semana que tenía que terminar un papeleo antes de acabar la semana. Si no llega a ser por eso, me hubiera quedado en Ávila hasta terminar el puente. - comentó Alberto con resignación-

    -Yo tengo plan con los amigos de la universidad, - dijo Félix emocionado- nos vamos a una casa rural.

    -Pues a mi me toca quedarme. Mi primo se cambia de casa y le prometí ayudarle con la mudanza - dijo Roberto -

    Mientras terminaba de decir esto, miraba y echaba mano al bolsillo de la americana. En seguida llegó Laura con sus desayunos. Mientras los servía, su mirada se detuvo en ella, a la vez que el tiempo, y ella tampoco le rechazaba su propuesta. Fue Alberto el que tuvo que cambiarle el café, que Laura se confundió al servir. Desayunaron, fumaron un par de cigarrillos con calma y volvieron a la oficina. La terraza se vació por completo cuando se marcharon.

    -Ahora os alcanzo, tengo que hacer una llamada a mi primo. – dijo Roberto mientras tenía otros pensamientos-.

    Ya en la oficina continuaron trabajando hasta el término de la tarde. El reloj marcaba las cinco. Claudia y Alberto se encontraban reunidos con el jefe de ventas de la empresa en su despacho, y Félix acudió a las cuatro a una formación sobre análisis financiero que la empresa ofrecía a los noveles. Recogió su puesto, la americana y se encaminó hacia el ascensor. Nada más abrirse las puertas del ascensor apareció Laura.

    -¡Hola Roberto! Me he encontrado esto en la silla donde te has sentado esta mañana- dijo mientras le enseñaba unas entradas para la opera.

    -¡Qué despistado! Muchas gracias Laura.

    -No te preocupes. Las recogí en cuanto las vi, sería una pena que desaparecieran. - comentó Laura-

    -Si... bueno... la verdad es que me las dejé a propósito -dijo Roberto mirándola a los ojos. Ella no supo que decir, estaba confusa-. Me encantaría invitarte esta noche a la opera – dijo sosteniendo aún la mirada-.

    -¡Vaya! Esto si que no me lo esperaba. Pensaba que tenías pareja.- dijo nerviosa-.

    -Hace mucho tiempo que una mujer no se adueñaba de mí. Estoy enamorado de ti, Laura. - dijo Roberto acercándose a ella-.

    Sus labios se fundieron en un beso apasionado y sintieron un gran alivio en sus corazones. El tiempo dejó de existir durante esos segundos para ambos. Aquella noche disfrutaron de la opera y de una cena romántica en un restaurante que él tenía en mente hacía ya varios días. Amanecieron juntos en el piso de Roberto con una dulce sonrisa en sus rostros.


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